Sensación de déjà vu (un corto relato de una personalidad desdoblada)

Se levantó casi al mediodía. Mareado. Su cabeza se le partía del dolor. No recordaba a qué hora se había acostado el jueves por la noche. No recordaba qué había hecho antes de acostarse. Había bebido. De eso estaba seguro. Pero también sabía que no había bebido demasiado, sólo lo necesario para poder dormir. Pero el sueño había sido muy pesado. La noche parecía que había transcurrido de derrota en derrota porque su cuerpo estaba dolorido y cansado. Se quedó un rato sentado en la cocina. No tenía muchas fuerzas. No tenía muchas ganas de nada. El dolor en la cabeza era como un zumbido que le perforaba los tímpanos. Miraba el piso como queriendo encontrar alguna explicación a ese estado corporal y anímico, pero las líneas tenues de las baldosas no le decían nada.
Casualidad o vaya a saber cómo se podía llamar a lo que le pasaba. Esto le sucedía todos los viernes. No había un viernes que no se sintiera de esta manera. Hacía unos cuantos meses que le venía pasando esto, pero en viernes. Debo ir al médico (se dijo entre murmullos). Se levantó pesadamente de su silla y abrió la heladera para buscar algún líquido. Buscó analgésico y lo tomó con el líquido sacado de la heladera. Se volvió a sentar en la misma silla, mirando las mismas baldosas, sintiendo la misma pesadez. Cerró los ojos y por un momento creyó que volver a la cama era lo mejor. Pero no. Decidió ir al baño, abrir la ducha y quedarse un buen rato ahí, hasta que el agua y los analgésicos hicieran algún efecto. Quizás el agua se llevara su pesadez, su desgano, su dolor de cabeza. Se sentó en la bañera y dejó que el agua de la ducha rebotara en su cuerpo y en su cabeza. De a poco su cuerpo comenzaba a sentirse más y más calmado. Se despejaba su mirada, y el agua corría. No podía medir cuanto tiempo le llevaban las cosas, pero estuvo un buen rato sumergido en la ducha, hasta que se dijo a sí mismo que tenía que poner un poco de voluntad y pararse y comenzar su actividad diaria.
Con todo su esfuerzo y ya un poco más despejado y con menos dolor, salió del baño. Sabía que a las 16 hs. tenía una reunión en la empresa. ¿Qué hacer? ¿llamar a su secretaria y cancelarla? ¿Acudir?. No iba a tomar esa decisión todavía, porque la reunión era importante y sabía que debía estar bien frente a los japoneses que querían comprarle unos campos en el sur para establecer una planta fabricadora de dulces de arándanos, frutillas y frambuesas. Todas esas cosas que él había montado y que vendía en el mercado local. Era importante. No debía faltar. Pero tampoco podía presentarse en ese estado. No podía pensar y menos negociar bien. ¿Cómo se me ocurre hacer una reunión un viernes? Se dijo a sí mismo, sabiendo que últimamente los viernes se sentía siempre así. Por de pronto, tenía unas horas para ponerse bien.
Ya estaba un poco mejor. Mientras se preparaba un café bien negro, para acompañar otro analgésico, prendió la televisión para ver el noticiero. Siempre lo mismo, el gobierno no admite que hay inflación, pero a mí me aumentan todos los días los fertilizantes, todo aumenta, los obreros me reclaman aumento y si yo aumento mis precios no puedo vender nada (se decía mientras escuchaba las noticias).
Se sentó frente a su televisor con la taza de café. Y ahí en frente de él apareció la noticia del día: el “pirómano de indigentes” volvió a atacar. Esta vez fue en el barrio de Palermo. Una familia sin techo que se había establecido en los bosques de Palermo y que había improvisado una casa con cartones y trapos, constituida por dos adultos y dos niños de entre 4 y 8 años, fue atacada anoche por el pirómano de indigentes que últimamente acecha nuestra ciudad. Se desconoce los motivos pero la forma de ataque es la misma ocurrida en los últimos meses. Huellas de bicicleta y huellas de un bidón de nafta apoyada en la cercanía del asentamiento. Seguramente el pirómano esperó que los integrantes de la familia estuvieran dormidos para rociar con nafta la casilla y prenderla fuego.
Mientras la televisión decía estas palabras, las imágenes mostraban los alrededores del hecho, las cenizas y hasta una muñeca desnuda que se había salvado del fuego, tirada por la cercanía.
El miró las imágenes y se dio cuenta que era el lugar donde habitualmente, por las mañanas, iba a correr. Había visto a esa familia. Sí. Estaba seguro. Todo le era conocido. Hasta tuvo esa sensación de haber vivido esto antes. Como un déjà vu.
Se quedó paralizado ante esta sensación, e interiormente pensó en lo aberrante de la mente humana que podía cometer esos crímenes. Había escuchado hablar del pirómano de indigentes. Pero nunca había visto las imágenes. Le pareció muy fuerte. Le parecieron imágenes muy vívidas. Y sobre todo esa muñeca desnuda, con los pelos estirados. Le recordaba algo. Le parecía haberlo vivido.
El noticiero terminó su informe recordando los 15 hechos cometidos por éste “pirómano de indigentes” y diciendo: Esperemos no volver a sufrir un nuevo ataque el jueves, ya que éste criminal ataca ese día.
Se quedó boquiabierto con esta noticia que le pegaba duro. Sorbió su taza de café. Se levantó de su silla y decidió ducharse nuevamente. Se duchó un buen rato más y salió del baño mucho mejor y reconstituido.
Se sentía listo para hacer frente a la reunión que le esperaba a las 16 hs. Llamó a su secretaria y le pidió que dispusiera todo de la mejor manera en la sala de directores que él llegaría alrededor de las 15 hs, que le tuviera las copias de los planos de sus campos en el sur y los informes de períodos de plantación.
Se metió en su cuarto para buscar un buen traje, una buena camisa, y una buena corbata para la reunión. Extendió todo sobre la cama. Tomó la ropa sucia para llevarla al lavadero, y dejarla para que la lave la señora que viene los sábados.
Al llegar al lavadero, se encontró con su bicicleta. Las ruedas de ella se encontraban embarradas. La miró y pensó en cuándo había sido la última vez que la había utilizado. No recordaba haberla usado en varios días. Tampoco recordaba haberla guardado con barro en las ruedas. Se agachó y notó que el barro no estaba seco del todo. Que parecía haber sido utilizada recientemente. Al agacharse, vio, atrás de la bicicleta un bidón de 10 lts, que no recordaba haberlo tenido nunca ahí. Desenroscó su tapa y olió. El olor a nafta le subió por sus conductos olfativos. Y entre olor, barro e inentendimiento, la imagen de la muñeca desnuda con los pelos estirados...y esa sensación de déjà vu....
23/09/07

3 comentarios:

Meli dijo...

Dr. Jekyll y Mr. Hyde ..... tal vez todos tengamos algo de esta doble personalidad. Fantástico relato, no tan "fantástico", no crees??? Un abrazo y besotes, Genio.

Javier dijo...

felicidades edu, un abrazo

Javier dijo...

hola edu, ya en mi blog se pueden ver mis ultimos poemas escritos como me sugeriste, un abrazo

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El Río de la Plata y yo

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