Ya de muy chico no jugaba. No me gustaba y no sabía jugar a los juegos comunes. Ni de pelotas, ni de autos, ni muñecos, ni figuritas, bolitas ni nada por el estilo. Menos a los juegos compartidos como escondidas, manchas y esas cosas.
Siempre fui solitario, retraído y muy callado. Me gustaba mirar. En mis momentos libres, miraba desde la ventana de mi cuarto a mis compañeros de barrio jugar en la calle al carnero, las escondidas, poliladron. Me divertía verlos. También me divertía mirar libros de cuentos, y más de grande leer. Odiaba las reuniones familiares y las fiestas. Siempre me aislaba. ¡Qué chico raro! Decían todos. Me iba a los rincones, los miraba, observaba qué hacían, de qué hablaban, de qué se reían.
A medida que fui creciendo mi retraimiento se acentuaba. Desde el encierro de mi cuarto, cuando en la calle no había nada para mirar y entretenerme, me divertía mirando entrar los rayos de sol por mi ventana y ver el polvo ambiental flotar en esos rayos era como jugar con un universo lleno de planetas y de estrellas. O miraba los clarososcuros que se formaban a medida que el sol caía y el reflejo de rayos en la pared y en toda la habitación.
En los recreos del colegio me gustaba, alejado, mirar jugar a mis compañeros. Yo era el chico raro que siempre estaba solo y que no hablaba con nadie, ni participaba en nada. No me gustaba relacionarme con nadie. Me gustaba mirar. Era feliz con eso. Sólo mirar, todo, todo lo que pasaba a mi alrededor.
También fui aprendiendo a amar la lectura y no había libro que se me perdiera. Leía todo. Al terminar la secundaria decidí estudiar Letras. Y en la universidad no cambié mi forma de ser. No tenía amigos, ni compartía cosas con nadie. Creía siempre que el mundo para mí era mi soledad y mi mirada.
Un día, en la universidad, noté a una compañera (bonita e interesante) que padecía lo mismo que yo. No se relacionaba con nadie. No hablaba. Pero como era muy bella, sabía que todos la admiraban. Tenía muchos acercamientos de los muchachos, pero enseguida rechazaba cualquier conversación con excusas distintas. Yo la miraba. Ella sabía que yo la miraba.
Una tarde de lluvia, a la salida de una clase, abrí mi paraguas para caminar hasta mi casa. Pero noté que ella se quedó en la entrada del edificio de la universidad para no mojarse, porque no llevaba paraguas. Entonces me volví y no le dije nada. Con un gesto le ofrecí mi paraguas para caminar juntos bajo la lluvia resguardándonos en él. Ella sin decir palabras me tomó del brazo y anduvimos debajo de la lluvia con mi paraguas protegiéndonos. Caminamos y caminamos. Yo no sabía donde iba ella ni ella sabía donde iba yo. Pero caminamos unas cuantas cuadras. En esa época mis padres me alquilaban un departamento cerca de la universidad, así que como no sabía el rumbo que llevaba la llevé hasta mi departamento y sin palabras, sólo con gestos, la invité a pasar. Como algo natural entramos juntos. Con gestos le ofrecí mi casa para lo que quiera. Prendí la estufa ,pues hacía mucho frío, y fui a la cocina a preparar café. Cuando volví al living ella estaba terminando de quitarse la ropa frente a la estufa para ponerla a secar. Estaba casi desnuda. Y me quedé parado mirándola. Ella sabía que la estaba mirando, y sin mirarme, y como si estuviera en su casa, se desnudó completamente y comenzó a tocarse el cuerpo. Me excité mirándola. Fui a buscar una toalla para que se secara y una bata para que se pusiera. Tomó la toalla y se secó. Pero no se puso la bata. Después de secarse, comenzó a acariciarse los pezones y se sentó en el sillón con las piernas abiertas mostrando su sexo. Se besaba sus pechos y de a poco sus dedos fueron paseando por su cuerpo hasta llegar a su vagina, en la cual introdujo sus dedos. Yo estaba sumamente excitado mirándola. Me quité las ropas también y me quedé completamente desnudo. Me senté en un rincón frente a ella para observarla y mientras la observaba me masturbaba. Ella sabía muy bien lo que hacía. Sabía muy bien lo que quería. Y así pasó la tarde. Sin tocarnos. Ella dejándose mirar y yo mirando. Fue mi primer relación sexual.
A partir de ese día mi vida cambió, pues ella venía todos los días a casa a repetir la misma escena. Escena de placer juntos pero separados. No había contacto más allá de las miradas.
Hoy se cumplen cinco años de que estamos viviendo juntos, y de llevar una relación sin palabras. Yo mirando, y ella dejándose mirar.
30/09/07
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2 comentarios:
Me alegro que sigas escribiendo, Eduardo, relatos, poemas, cuentos o lo que quieras...
En este relato nos cuentas que no son necesarias las palabras para comunicar sentimientos ni para mantener una relación de convivencia. Y algunas veces es cierto, pero creo que sólo algunas veces.
Saludos.
que bueno, tu capacidad inventiva
que bueno ...la narrativa
que bueno...la intriga
sigues sorprendiendome
un abrazo
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