Absurdo ?

Supuse que no iba a saber más qué decir. Me había quedado sin palabras. Buscaba hilvanar dentro de mi cerebro ideas con letras para expresar lo que sentía, pero estaba atónito, deslumbrado, casi como inconsciente ante aquella situación. Y me dejé llevar hasta que al fin, primero tímidamente y luego con énfasis comencé a hablar en voz alta:

- No puedo decir por qué, pero esto lo esperaba. Sabía que hoy sería un día distinto. No es común que uno vaya por la calle y que el que va delante se caiga al piso. Me acerque rápido a ver qué le pasó y me encuentro a la mujer que soñé toda la vida, aquí, caída, pálida, con gesto pacífico en el rostro y realmente no sé qué le pasó, si tropezó, se desmayó o está muerta.

Después de estos minutos de inacción y de sorpresa, acerqué mi rostro hacia su nariz para saber si respiraba. Un hilo de aliento tibio salió de ella, y ¡qué ganas de acariciar ese rostro desconocido pero tan inmerso en lo profundo de mis pensamientos !

Estamos solos en la calle. Comprobé que está viva. ¿Qué me impide acariciarle el rostro?. Si alguien me viera pensaría que estoy tratando de resucitarla. Si ella estuviera consciente sabría que estoy tratando de ayudarla.

Así fue como mi mano actuó. Al pasarla por su mejilla sentí su suave calor y ella abrió los ojos. Sus labios se ensancharon en una leve sonrisa y se abrieron para decir palabras:

- Estoy bien, gracias. Pude escuchar lo que dijiste.

Tenía sostenida su cabeza y sentí mi rostro enardecerse de vergüenza.

Nuevamente el silencio, el no saber qué decir, el ¿cómo actuar?.

La ayudé a incorporarse para que quede sentada.

- Me mareé y me caí – dijo sonriendo – No me pasa nunca, pero hoy me pasó. Yo tampoco sé por qué, pero sabía que hoy también para mí sería un día distinto.

Me miró, seguramente estudiando mi rostro con su mirada. Mientras que yo la seguía observando atónito, perdido entre los rasgos más profundos de sus ojos, donde alguna luz brillaba y donde quería perderme para conocer la fuente de la cual provenía.

- ¿Ya estás bien? – le pregunté.

Ella, sin despojarme de sus ojos sobre los míos, con el color en su rostro ya repuesto, y con su tierna y leve sonrisa me dijo:

- ¿Podrías profundizar a cerca de eso que dijiste?

No entendí primero a qué se refería pero me volví a sonrojar, por si había dicho algo que no debí. Mi rostro hizo un gesto de pregunta y de no saber qué me estaba preguntando. Ella lo notó.

- Sí, eso que dijiste sobre la mujer de tu vida.

No podía salir del estupor ni de la incomodidad que me proporcionaba el momento.

- ¿Estás segura que estás bien? – pregunté – Hay un bar en la esquina. Si vamos a tomar algo quizás te pongas mejor y recuperes fuerzas.

Ella sonrió asintiendo con la cabeza.

Hizo el ademán de pararse y la ayudé. Sentí en mi cuerpo la fragilidad de su persona mientras la ayudaba a ponerse de pie. Ya incorporada, me tomó fuerte de la mano y cuando lo hizo me miró y dijo:

- Para sentirme segura y no caerme.

Me la apretó más fuerte y empezamos a caminar hacia el bar en silencio, tomados de la mano.

El lugar era un sitio de borrachos que van a llorar sus penas sobre las mesas. Cuatro o cinco distribuidos entre ellas, hablándoles, en esa mañana, a sus soledades, sus amores idos, a sus odios internos o a sus broncas, a los deseos de ser felices y no tener que beber más para olvidar. ¿Quién sabe qué estarían viviendo o sintiendo?.

Elegimos una mesa cercana al ventanal de la calla, alejada de todas las presencias humanas que pudieran contaminar nuestro silencio, nuestra charla o nuestras miradas.

Ella pidió una gaseosa y yo un cortado. No dejaba de mirarme y yo me sentía tan intimidado que, mi actitud de siempre, de macho desafiante y conquistador, seductor tierno, se había perdido en el cruce sencillo de nuestros ojos.

Me sentía a gusto en silencio con ella.

Y ella no dejaba de mirarme, con una sonrisa en su rostro.

- No es común en la vida de una mujer – dijo – ir caminando por la calle y desvanecerte y al abrir los ojos encontrarte con tu príncipe azul, aquel que te rescata de tu sueño de miedo.

- No soy príncipe, ni soy azul – dije sonriendo

- Entonces mejor, porque así me doy cuenta de que no estoy soñando.

- ¿Y si fuera yo el que estuviera soñando?

- ¿Y si los dos soñáramos un rato?

- Si los dos soñáramos un rato – le dije atreviéndome – yo sería el que está adentro de tu sueño, y vos serías la que está dentro del mío, y podríamos crear y creernos la fantasía de que tu sueño no es sueño y de que el mío tampoco.

- ¿Algo así como creernos la fantasía de esta realidad?

- Algo así como creer que la realidad muchas veces tiene una magia y es la que estamos viviendo.

- Mágica fue tu caricia en mi rostro – afirmó.

- Mágico fue haberte encontrado caída delante de mis pies.

Nos miramos, nos sonreímos.

Mientras ella bebía su gaseosa y yo mi cortado, quedamos en silencio.

Después de un sorbo de bebida, dejó su mano derecha sobre la mesa y con un suspiro profundo, en el que quizás expresaba lo que sentía, miró hacia la calle por la ventana.

Sin titubear, sin vergüenza, con confianza y delicadeza, tomé su mano, sintiendo el suave calor de su sangre, y se la acaricié.

Sin mirarme respondió a mi caricia con el movimiento de su pulgar sobre mi mano.

- Quisiera que fuera siempre así – dijo – de sentirme tan bien con un desconocido.

- Es que no somos desconocidos – le afirmé.

Me miró y asintió y continué diciendo:

- Es que esto es de siempre y para siempre..

Los borrachos seguían en sus mesas entonando palabras ininteligibles.

Me paré de mi silla y me arrodillé junto a ella.

Le acaricié el rostro sin temor. Sentí su tenue estremecimiento en la piel. Me acerqué con mi rostro a su rostro y la besé.

La fantasía, los sueños y la ilusión se mojaron en la realidad de nuestros labios.

Y todo continuó siendo mágico, pero real.



19-06-11

No hay comentarios.:

Todos los trabajos de este blog están debidamente registrados y protegidos por la Ley Nº 11723

El Río de la Plata y yo

El Río de la Plata y yo