Carmen (un corto relato)

Clara nunca me había convencido desde que nos casamos. Tuvimos dos hijos, pero la relación no andaba. No quería sexo. No compartía conmigo nada de su vida. No le interesaba nada de lo que yo hacía. Era sólo una relación por conveniencia.
Comencé a frecuentar el burdel de Madamme Sará.
El dinero y el poder, me daban las mejores mujeres de ese burdel.
Una noche, a través del cortinado, ví a una muchacha en camisón. Hermosa, radiante, pulposa.
Como mi amistad con Sará era verdadera y sabía lo que yo pagaba, le pedí a esa mujer.
Ella me contó que esa era una niña, su hija Cármen. Que recién había llegado del interior, porque vivía con su abuela, ya ahora, como falleció, tuvo que traerla a vivir con ella. Pero necesitaba con urgencia alejarla de ese mundo de burdeles y prostitutas.
Desde que la ví por primera vez mi deseo se acumuló a mis ganas.
Sará confió en mí y me propuso que como yo tenía dinero y poder, podría ponerla a Carmen en algún colegio de monjas para alejarla de ese mundo. A ella no la aceptaban sabiendo que venía de una madre de un burdel.
Yo le fuí fiel a Sará. Le prometí que en algún colegio de alta alcurnia, la pondría para que recibiera la educación que la madre quería y alejarla del mundo de la prostitución y la locura.
Encontré un colegio de monjas Carmelitas, cerca de un campo que yo tenía en Córdoba.
Le dije a mi mujer que por unos días iba a faltar porque tenía una reunión en los Estados Unidos para venderles mi producto, lo que hacía yo. Ropa de mujer. Clara ni se mosqueó cuando le dije que debía ausentarme por unos días. Yo sabía que mis hijos quedarían bien cuidados y que Clara, estaría presente ante todas sus necesidades.
Viajé con Carmen hasta mi quinta en Córdoba. La dejé ahi mientras negociaba con las monjas Carmelitas para que la aceptaran.
Ella estaba feliz de estar en una quinta como la mía. Me pidió que alarguemos el tiempo en que ella debía ser internada en el colegio de monjas. Quería disfrutar de mi quinta y de mí.
Me perdí. Esa inocencia, esa virginidad que poseía, y esa voluptuosidad, me hacían pensar en que yo quería algo más con ella. Pero no podía fallarle a Sará.
Cuando le dije a Carmen que mañana tendría que llevarla al colegio se enojó y me pidió unos días más para disfrutar de mi quinta y de mí.
Le gustaba bailar boleros, y todas las noches los ponía para que bailáramos. Yo me exitaba con el baile. Y una noche irrumpió ella con un beso que nos llevó a la cama. No pude ceder. Y la entrega al colegio se extendía. Pasamos tres meses en mi quinta disfrutando de ese amor que parecía cálido y nuevo. Algo que nunca me había sucedido con Clara.
Ella me pidió que la trajera a Buenos Aires nuevamente. Que inventara una excusa, que las monjas no la aceptaron, o algo así.
Yo no podía, le había prometido a Sará dejarla en buenas manos. Pero ella me convenció.
Le dije a Sará que estuvo un mes en el colegio de monjas y que lloraba continuamente y que no quería comer. Por eso la traje de vuelta.
Tuve que viajar a los Estados Unidos a resolver asuntos de negocios. El mes que estuve allí no pude sacarme a Carmen de mi cabeza. En la habitación de mi hotel habitaba como una presencia que se escondía entre las sombras.
Cuando volví a mi hogar, decidido a llevar una buena relación con mi mujer, ella de paso me comentó que Víctor (concurrente a la casa de Madamme Sará) había dejado a su familia por una jóven.
No podía creerlo. Víctor, mi amigo, se había fugado no mi amada Carmen.
Un día, en la casa de Madamme Sará lo encontré a Víctor. Fue a contarle que Carmen había desaparecido y venía a buscarla a ver si se había refugiado en la casa de la madre. Pero Carmen, no estaba ahi.
La busqué por toda Buenos Aires y la encontré en una de esas discos que le gustaba frecuentar, donde pasaban boleros. Pero ella ya estaba con compañía. Me dijo que estaba muy bien y que no quería nada de mí.
Volví a frecuentar ese lugar a ver si la convencía. Y un día lo decidí. Compré el mejor departamento de la calle Libertador, puse una mujer al cuidado de la casa, María, y le dije que preparara todo porque algún día la Sra. Carmen llegaría y quería que esté todo como a ella le gusta. Con los discos de los mejores boleros. El decorado que a ella le gustaba, las ropas de los diseñadores más finos....
Y así fue pasando el tiempo.
Una vez fui a la disco en que la encontré la primera vez y le dije que si cambiaba de opinión se viniera a vivir conmigo. Y le pasé una tarjeta con la dirección.
María siempre estaba a la espera de la Sra. Carmen.
Pasaron tres años y siempre, durante ese tiempo, cuando yo llegaba le preguntaba:
- Llegó Carmen.
- No señor, aún no ha llegado.
Una vez, llegué y me crucé a María en el pasillo:
-¿Y?
- Sí señor, arriba está.
Subí alucinado porque después de tanto tiempo y los deseos de verla y poseerla me abrumaban,
pero en vez de encontrarme con esa cabellera oscura, y ese cuerpo alucinante que deseaba, ví entre las sombras una muchacha rubia, con curvas entre su cuerpo, con deseos en sus ojos de ser feliz....
...y me entregué a esa locura.
No era Carmen. María, como sabía que nunca Carmen vendría, trajo a su hija adolescente para que la hiciera feliz.
Y sin quererlo, me enamoré otra vez. Y esta nueva Carmen me hizo revivir momentos que nunca había pensado volver a revivir.
28/06/07

2 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...

Hola, Edu, qué buena historia. Saludos. Melba

Conral dijo...

Este relato me dejó mal sabor de boca, por las dos historias, pero sé que esto ocurre en la realidad, por desgracia.
Qué facilidad tienes!!!!

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El Río de la Plata y yo

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